Su cabeza está ahí, por arriba de sus hombros logrando un perfecto equilibrio, manteniendo la distancia de su corazón.
Tenue mi mirada continúa un camino, un camino que va directo a la desolación. Busco, una y otra vez, una alma gemela, alguien que comprenda toda la pena que veo en el mundo, toda la desidia y la desdicha, que a sol y a sombra castiga nuestro fastidioso padecer.
Y vuelvo a concentrar la mirada, tratando de buscar dentro de la estereotipada figura que te configura, que te ata y atrapa, un rasgo firme de sensibilidad. Ese algo que me haga creer que hay más detrás. Detrás del compromiso con los fetiches, con todo ese voraz conjunto de falsas necesidades que no te dejan volar.
Trato de concentrarme, buscar un punto de partida, una línea segura, que no me mienta que me permita encontrar lo que tanto cuesta. De mirar más allá de tu propia vista. Dejar de lado la cordura y las conjeturas y todo ese mar inmenso de subjetividades,
toda la carga emocional que le agrego a la distancia perpetua que existe entre esa cabeza y esos hombros.
Despojo de atributos innecesarios mi visión y me dirijo justo ahí, a la conexión ineludible que real e invencible conecta tu corazón y tu mente. Ese espacio que me gustaría habitar y descifrar, decodificar…
Ese universo que pretérito e imperfecto esconde el secreto, las marcas, la historia. Las grietas y la memoria. Ese universo que subyace de tu piel y que necesito para creer, dejar de lado las vicisitudes, y volverte a ver, con mis ojos que no son más que un espejo de los tuyos. Con tus ojos que no son más que espejos de mi alma. Con mi alma que no es más que lo que me acompaña. Con toda tu levedad y todo mi peso. Con mis cargas y tu desconcierto.
Te miro, observo, me detengo. Te veo, me veo y otra vez pierdo el juego. Estoy dentro y a la vez tan afuera.
02-03-2011