jueves, 19 de noviembre de 2009

Mío

A veces damos manotazos de ahogados y nos terminamos de enterrar.
Cuando vemos que el amor se nos esta muriendo nos desesperamos y tratamos de que ese momento no llegue.

Fingimos mucho y prometemos imposibles que no podemos sostener. Tratamos con todas las posibilidades de intentar mejorar las cosas, pero en algunos momentos no recibimos del otro una reciprocidad.

Muchas veces la falta de resignación nos hace actuar como locos, muchas veces amamos tanto que la simple idea de poder perder a esa persona nos hace hacer cosas de las cuales nos arrepentimos.

El amor desata las más feroces pasiones, el amor nos vuelve poco inteligentes, bloquea nuestros sentidos y no permite pensar demasiado en las consecuencias.

A veces es tan inmenso el sentimiento que nos domina que rompemos las libertades individuales sin darnos cuenta y dejamos a la otra persona en una suerte de cárcel, y otras veces dejamos demasiado espacio que la otra persona no siente el verdadero cariño que le tenemos y comienza a dudar.

Cuando uno ama, cuando el sentimiento es verdadero el miedo a que algo quiebre la armonía hace que nos pongamos a la defensiva y comencemos a dudar de todo. A veces tanto amor genera desconfianza y sin confianza el vínculo se rompe.

Y otras tantas veces es imposible evitar el impacto y caes y caes, tenés que aceptar que las cosas ya no son como querés, tenés que armar una especie de capsula y guardar todo para lograr que ese pasado que tan feliz te hizo, pero que hoy ya no está, evite que sigas tu camino.

Cuando la persona que amas hace que todo lo vivido no existe, cuando la persona cierra la puerta de la posibilidad y comienza un nuevo rumbo, cuando la persona amada elige cerrar con candados y cadenas esa historia y es solo indiferencia lo que queda… es en ese momento en el que tu barco debe virar hacia otro horizonte y dejar que los vientos de cambio encuentren un mejor lugar para ese corazón, que por el momento no ve mas que tristeza.

28-05-09

Fronteras virtuales y un lugar olvidado...

Recorro las calles y llego al límite entre el asfalto y la tierra, lugar donde todavía pareciese poder oírse la melodía de alguna canción italiana que solían cantar los inmigrantes, que para salvar sus vidas dejaron sus países y llegaron a San Pedro a trabajar, en su mayoría en los barcos cerealeros.

Con no más de 18 años debían transportar las cargas de cereal a través de las canaletas, ubicadas en las barrancas, que desembocaban en las embarcaciones, seguramente de ahí viene el nombre del barrio.

Y aunque en ese tiempo la zona no eran más que terrenos vacíos hoy está llena de historias, de atorrantes, de gente de trabajo y miseria, de la vecina que con nostalgia y picardía relata las tardes que ha pasado jugando entre las grandes filas de ladrillos que se secaban al sol, del boliche del barrio donde luego de llegar de la fabrica los hombres se juntaban a tocar la guitarra y a escabiar.


Pero como si eso hubiera sido en tiempos muy lejanos o nunca hubiera sucedido, hoy el barrio cuenta otra realidad, la de siempre talvez, pero peor.
Las veredas ya no son la de los chicos que jugaban a las escondidas, sino del atorrante descalzo, sucio y con fiaca que espera con ganas a algún distraído para poderlo afanar, a ese que poco le enseñaron sobre respeto y lealtad, un pobre trotamundo que no sabe lo que es ganarse el pan.

Camina tempranito Rosa en busca de una bolsa de comida que termine con su hambre y calle su ideología, también van cada vez más lentas las replicas de Viviano que le pide al de arriba que le de una mano porque la guita no le alcanza, a ese pobre tipo que viejo y desarmado vio crecer y cambiar al barrio, que siempre recuerda al almacén del barrio, el primero, el de los Natalicchio, los que le fiaron toda la vida, que le daban un pedazo de pan a los negritos que muertos de hambre iban a pedir todas las mañanas. Ellos que estuvieron 40 años luchando, conocieron a Alfonsín, vivieron bien con Menem y se fundieron con De la Rua, pero nunca dejaron de darle una mano al pobre tipo medio cachuzo, que iba sin un mango y después se gastaba todo en los supermercados.

Hoy las fronteras son más fuertes y una avenida divide el movimiento del asfalto y la tierra que trata de ensuciar los zapatos del que se olvidó de los demás.
Pobre y resignado espera el barrio que le den una oportunidad, porque hay gente que continúa soñando con poder progresar, olvidado y lleno de penas, con su mezcla justa de laburantes y lunfardos, sigue cosechando recuerdos, este pequeño barrio que siente en su interior el viento fresco que viene del río.

Pero también están aquellos, los menos, los que viven de afuera esta vida y esta realidad, que tienen todas las posibilidades cada día, los distintos, que pueden estudiar y forjar un futuro más digo, pero que llevan en sus raíces, desde siempre y para siempre, la melancolía de una tierra que pide ser recordada y que necesita una chance, quizá un pacto para vivir, una salida para poder seguir adelante, para levantarse cada día con un sueño que cumplir. . .